miércoles, 24 de enero de 2007

Algunos observadores atribuyen la propagación del VIH a la poligamia, una tradición de muchas culturas africanas. Sin embargo, las migraciones por razones y los desplazamientos de la población han generado una caricatura de la poligamia tradicional. Los hombres disponen de muchas compañeras, pero no mediante el matrimonio sino mediante la prostitución, lo cual no aporta la vertebración social de la antigua poligamia. Por supuesto, la peor herencia de los blancos en África es la pobreza, que alimenta la epidemia por innumerables procedimientos. El padecer una enfermedad de transmisión sexual multiplica las ocasiones de propagar y contraer el VIH, pero pocos africanos reciben un tratamiento eficaz debido a que los centros médicos son demasiado caros o están demasiado lejos. En la actualidad, cuando el país sufre una de las más explosivas epidemias de SIDA del mundo, la falta de educación arruina los esfuerzos de prevención. De hecho, el SIDA ha transformado a África en algo todavía más vulnerable a cualquier catástrofe futura, lo que perpetúa el círculo vicioso de la historia. Con todo, el SIDA no es simplemente un relato de la desesperanza. Cada vez más, los africanos unen sus esfuerzos en atender a sus enfermos, en erigir orfanatos y en impedir que el virus se lleve a los que más quieren. Sus esfuerzos ofrecen una cierta esperanza pues, en tanto que una crisis de esta magnitud es capaz de desintegrar la sociedad, también puede llegar a unirla.
El SIDA está impulsando una franqueza desconocida en las relaciones sexuales, así como unos esfuerzos por controlarlas, mediante pruebas de virginidad y campañas en favor del mantenimiento de una única pareja. Además, poco a poco, por momentos, está concediendo a las mujeres un mayor poder. Las muertes que se cobra empujan a las mujeres a decir no a las relaciones sexuales o a insistir en el uso del preservativo. Además, a medida que aumenta el número de viudas, la gente está empezando a considerar los perjuicios de que se les niegue el derecho a heredar bienes. La epidemia está asimismo modificando las relaciones de parentesco, que han representado la esencia de la mayoría de las culturas africanas. Los huérfanos, por ejemplo, siempre han sido acogidos en el seno de la familia tradicional. Sin embargo, más de siete millones de niños del África subsahariana han perdido a uno de sus progenitores, o a ambos, y el virus está matando también a sus tías y tíos, lo que les priva de unos padres adoptivos y les lleva a vivir con unos abuelos que, con frecuencia, están ya en su declive. En respuesta a esta situación, comunidades de toda Africa se ofrecen voluntariamente a ayudar a los huérfanos mediante visitas a sus hogares e, increíblemente, a compartir con ellos lo poquísimo que tienen. Este voluntarismo constituye tanto una recuperación de las tradiciones comunales como su readaptación a unas nuevas formas de sociedad civil. No obstante, ni siquiera estos heroicos esfuerzos pueden atajar los males que ya se han manifestado aquí, en las colinas en las que Arthur Chinaka ha perdido a su padre y a sus tíos.
Los muertos no son la peor de las consecuencias de esta epidemia sino la forma de vida que dejan tras de sí. ¿ Rusina Kasongo vive unas colinas más allá de Chinaka. Como tantas de estas personas del campo, ya mayores, que nunca fueron a la escuela, Kasongo no es capaz de calcular la edad que tiene, pero sí que es capaz de contar todo lo que ha perdido: dos de sus hijos, una de sus hijas y todos los maridos de éstas han muerto de SIDA, y además su marido falleció en un accidente. En su soledad, ella está al cuidado de diez huérfanos. «Algunas veces, los niños se van por ahí y vuelven muy tarde a casa -declara Kasongo-, y tengo miedo de que vayan a terminar lo mismo que Tanyaradzwa». Esta era la hija que murió de SIDA; se había casado dos veces, la primera de ellas, porque ya estaba embarazada. Ahora, la mayor de los huérfanos, Fortunata, de 17 años, es ya madre de un niño, pero no tiene marido. Pocas personas hay que hayan realizado más investigaciones sobre los huérfanos del SIDA que el pediatra Geoff Foster, que fundó la organización FACT (Family AIDS Caring Trust, o Familias Comprometidas en la Atención al SIDA). Fue Foster el que documentó que más de la mitad de los huérfanos de Zimbabue están al cuidado de sus abuelos, por lo común, abuelas que han tenido que ocuparse de atender a sus propios hijos hasta la tumba. Pero incluso esta frágil red de seguridad va a dejar de existir para muchos de la próxima generación de huérfanos. «Es posible que un tercio de los niños de Zimbabue vayan a perder a su padre, a su madre o a ambos», afirma Foster. Van a tener más probabilidades de ser pobres, explica él, más probabilidades de verse privados de educación, más probabilidades de ser maltratados, abandonados o estigmatizados, más probabilidades de padecer todas las carencias que hacen más probable que una persona vaya a mantener relaciones sexuales de riesgo. «El caso es que, cuando contraigan el VIH y mueran, ¿quién se va a ocupar de sus hijos? Nadie, porque ellos ya son huérfanos así que, por definición, sus hijos no van a tener abuelos. Es exactamente igual que el propio virus. Dentro del cuerpo, el VIH se introduce en el sistema de defensas y lo deja fuera de combate. Es lo que hace también desde el punto de vista sociológico. Se introduce en el sistema de socorro mutuo de la familia tradicional y lo diezma».

No hay comentarios: